Correspondencia Julio C. da Rosa y Juan José Morosoli

Presentación

“...y el camino estaba allí”

Correspondencia Julio C. da Rosa - Juan José Morosoli

6 de diciembre de 1949 – 5 de diciembre de 1956

La primera carta que envía Julio C. da Rosa a Juan José Morosoli tiene la dimensión simbólica de un umbral. El hombre joven que escribe hace unos años se encuentra en una encrucijada de su vocación de escritor: está buscando un “camino” y se dirige a quien considera un “Maestro”. A fines de 1949, Morosoli ha editado poesía, tres libros de narrativa y estrenado teatro; publica habitualmente en diarios y revistas y difunde sus ideas sobre la creación y el lugar del escritor en conferencias. Es un escritor reconocido por algunos, aceptado con reticencias por otros. Los años cincuenta son los de las primeras manifestaciones del grupo de artistas y críticos de la Generación del 45 que practicó la polémica como un modo de pensarse e incidir en su presente.  Las revistas Asir y Número, la primera ampliamente aludida en esta correspondencia, la segunda operando en reiteradas oportunidades como un espacio de confrontación, focalizan un primer momento de la irradiación plural de ideas y sensibilidades en conflicto.

Los dos escritores comparten, junto al grupo de la revista Asir, una actitud anti-moderna: desconfían de lo que consideran la frialdad de la técnica, manifiestan una persistente preocupación por el contenido de la obra y por la relación del escritor con sus “criaturas”. Pero no son ingenuos en su forma de concebir la escritura: estas cartas reúnen consideraciones muy sutiles sobre la creación y la lectura, inspiradas en una madurada reflexión morosoliana y recibidas con convicción por Da Rosa. La noción de que la narración no debe decir todo, de que hay que dejar lugar para que el lector “escriba” también, el rechazo del pintoresquismo, la búsqueda de una manera que no sea una repetición pautan una forma de experimentación dentro del realismo-criollismo y dan actualidad a sus obras y a las opiniones y juicios desarrollados en esta correspondencia.

Es posible leer estas cartas como un testimonio especialmente valioso de la “cocina” de la escritura de dos escritores, del crecimiento de una amistad y del despliegue de una forma de creación sostenida no en el parricidio sino en la filiación. Serafín J. García señaló en el prólogo a Lejano pago (1970) de Da Rosa que Morosoli fue Maestro en el sentido de “guiar, orientar, descubrir aptitudes y ayudarlas a aflorar con el estímulo sano y generoso” y que Da Rosa había agregado a la narrativa morosoliana “ese humor saludable, travieso y retozón, esa suerte de fraternidad alegre, comunicativa, con que se adentra a sus personajes para suavizarles las aristas ásperas y oscuras de que la vida -que en aquel pequeño mundo que el escritor nos descubre es tantas veces drama- suele revestirlos”.

Da Rosa consulta, pide consejo. Es evidente que asimila y encuentra, en diálogo con su “Maestro” y amigo, una manera propia y nueva dentro de la amplia tradición del realismo y el criollismo. Morosoli descubre a un interlocutor sensible que le permite afinar sus ideas sobre la creación y que resulta una fuente de entusiasmo para persistir en una labor a la que proyectaba dedicarle todo su tiempo. Esta correspondencia brinda la posibilidad de acercarse al presente de ambos, de entender las subjetividades puestas en papel y el contexto de diferentes momentos de sus obras: de iniciación en Da Rosa, de cierre inesperado en Morosoli.

Morosoli murió poco más de un año después de enviar su última carta. Da Rosa lo evocó públicamente en varias ocasiones. En el borrador de una conferencia titulada “Morosoli” dejó constancia de que solo se vieron personalmente cuatro veces: dos en Minas (cuando Da Rosa tuvo que ir por una asamblea de ANDEBU, donde trabajaba, y cuando, rumbo a Treinta y Tres hizo escala para conversar “mano a mano”) y dos en Montevideo (cuando Morosoli llegó a la capital -en oportunidades diferentes- a dar dos conferencias: sobre “El hombre y el paisaje” y sobre el silencio en la obra del escultor José Belloni (CDR. M25a). Los planes de otros encuentros se reiteraron como un leitmotiv a lo largo de esta correspondencia. Más allá de las razones puntuales esgrimidas que impidieron que se produjeran, tal vez, simplemente, no los necesitaran. Compartieron el mito del contacto, de la oralidad, del mate, del tiempo disfrutado en compañía, pero fueron hombres de escritura: se crearon en ella y a través de ella se conectaron. “Lo más importante de nuestra interrelación fueron las cartas que uno y otro nos escribimos”: dejó escrito Da Rosa (CDR. M25a).

 

 

Las fotos que acompañan esta presentación provienen de diferentes archivos:

  1. Julio C. da Rosa, hacia 1950, en su domicilio del barrio La Mondiola. Archivo Juan Justino da Rosa.
  2. Juan José Morosoli. Sección de Archivos y Documentación del Instituto de Letras (SADIL) de la Facultad de Humanidades.
  3. Julio C. da Rosa en abril de 1953. Archivo Juan Justino da Rosa.
  4. Foto de grupo en casa de Dionisio Trillo Pays. Se distingue el dueño de casa, Arturo Sergio Visca y Domingo Luis Bordoli. Colección Arturo Sergio Visca del Archivo literario de la Biblioteca Nacional.
  5. Julio C. da Rosa dando la conferencia titulada "La tierra nos llama" en el Paraninfo de la Universidad el 31.8.1953. Archivo Juan Justino da Rosa.
  6. Mario Arregui, Líber Falco, Luis Larriera. Colección Líber Falco del Archivo literario de la Biblioteca Nacional.

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